viernes, 27 de abril de 2007

martes, 23 de enero de 2007

ESA COMBI QUE LLEVÓ MI NOMBRE

En esta crónica todo es chévere: el carro, el chofer, el cobrador, la música
y hasta el que la escribe



Fue como si la informalidad, la recesión, la inestabilidad, el hambre, lo achorado, la imputabilidad y la desilusión se subieron a esa combi llamada Perú. Que hasta ahora se baja, se ha quedado jato en el último asiento, hace bulla, huele a cerveza y no ha pagado pasaje. Eso es la cultura combi. Son los nietos de la cultura chicha, es decir, son los nietos de Chacalón. Son los de tercera o cuarta generación de emigrantes. Todo empezó cuando el presidente Fujimori -ese mismo que renuncio por fax- autorizó la importación de estos vehículos de origen asiático. En ese entonces, el Perú seguía sangrando (por un tonto sueño rojo y genocida) más que un atropellado por una combi maldita en la cuadra 17 de la avenida Arequipa. Los almanaques marcaba el año 92, todavía no se bailaba el perreo, por la radio se escuchaba ‘ La lambada’ y yo veía Nubeluz .

Pero la combi nace por necesidad. Necesidad de trasladarse, de tener trabajo, de sobrevivir, por eso su auge. La combi es un modo de pensar, de ser, es la esencia del achorado, del que siempre gana, aunque sea con trampa. Tiene su exclusivo dialecto: correteo, planchado, yuca, sopa, defresa y muchas lisuras. Su atracción hacia el otro sexo son empleadas de servicio doméstico, estudiantes de secretariado o cualquiera que use pantalón pegado(incluido travestiz) Su preferencia musical se basan en el reguetón, salsa, merengue. Sus exclusivos ideales son trampear, llenar combi, marcar a la hora la tarjeta de control, llegar primero, pasarse la luz roja, traer para el diario, para la olla. La mayoría de los conductores y cobradores de combi son menores de 35 años de edad y tiene su look patentado: regetonero-pandillero que son zapatillas y pantalones anchos, gorra y camisas pero desbotonadas hasta el ombligo. Se caracterizan por su falta de objetividad y veracidad: dicen que al fondo hay sitio, cuando no hay; que la combi está vacía, y no entra nadie más; que no hay sencillo, cuando en su mano está repleta de monedas de 10 céntimos; que la luz del semáforo está en rojo, cuando tú lo ves verde; que no pueden parar en la esquina porque no es paradero, pero si a ti te recogieron en una. La misma bronceada: los brazos y la cara más dorada que otra parte del cuerpo. Tienen un sexto sentido en detectar dinero falso y vendedores ambulantes que quieren subir. Magaly TV, Los cómicos ambulantes, Laura en América, Trampolín a la fama, cualquier partido de fútbol y película porno son sus exquisitos gustos en los programas de televisión. El aspecto físico, usualmente, es chato, sucio, con caspa y legaña; tienen cicatrices, uñas negras y largas, Les gusta gilear, el fútbol, los chistes rojos, las polladas, ceviche y las bebidas alcohólicas heladas. Tambien rajan, saben pelear, comen en menús de mercados, leen Trome, Aja, Ojo o el Bocón. Y también son víctimas de afecto, como dice la canción.


Estoy en el paradero y, mientras elijo la combi que subiré para hacer esta crónica, me pregunto: ¿Siempre será igual? ‘Combi asesina’ va a 60 km/h en la avenida La Marina। Espanta perros chuscos y descuidados peatones en medio de la pista. Su claxon, la desesperante melodía de todos los días. Se detiene en cualquier parte, un paradero oportuno. Música de moda que rompen los oídos y luces que hace recodar perrotecas. Frenadas en seco y aceleradas sin aviso. Exceden el límite de pasajeros (si hubiera) en hacer ingresar a su vehículo de trasporte público (léase, micro, combi)¿Siempre es igual? Y qué pasaría si le digo al cobrador que se cobre pasaje universitario: simplemente olvidarme de mis veinte céntimos de vuelto ¿Siempre van a poner en riesgo a los inocentes pasajero por sus correteos? Imaginan que la calle es de ellos. Piensan que ellos son los que hacen las reglas y, por lo tanto, reglas no existen. ¿Siempre se van a rehusar a cobrarme universitario? ¿Siempre en los diarios populares como portada se leerán: “COMBI MALDITA SE CLAVA EN JATO” o “COMBI DE LA MUERTE APLASTA MAMITA? ” ¿Siempre va a ser así? No todas las combis mata gente, ni a los pasajeros los trata como animales. Pero siempre habrá un término equilibrado, uno que rompa el esquema que pensamos, casi no equívocamente. Hay que darnos cuenta que ellos no pidieron ser trabajadores del transporte urbano, simplemente lo hacen por la necesidad para (sobre)vivir. No es justo decir que tenemos las combis que nos merecemos. Ellos también nacen, crecen, se reproducen y mueren. Amen. Y he aquí micro-nica de una combi chévere y mi intento de comprenderlos.

Hay viene una combi blanca con franjas rojas. El cobrador, con un cartel de plástico color verde resaltador que dice LA MARINA, FAUCETT, da un salto de tigre y se para en el medio de la pista. ‘Chancho’(apodo del cobrador) hace detener los carros que están a la izquierda. Me invita a subir a su combi mientras se amarra sus viejas Súper Reno negras que parece haber sido blancas. Las bocinas suenan. Trato de persignarme, pero ya es tarde. Estoy corriendo para subir en el asiento delantero, al costado del conductor. Me pongo el cinturón de seguridad y miro lo que Santiago( Ayacucho, 1978) mira desde hace 10 años: esa calle que parece que no tiene fin.
El viento no le despeina sus cabellos, por su gorra; el cinturón de seguridad parece que lo abrazara, con amor, en cada frenada. Santiago se queja de una de tantas problemáticas de transporte urbano, el SOAT. Sus ojos están rojos y cristalinos, voz tranquila, pero ronca: la gripe. Tiene el rostro sudado. Estornuda y se suena la nariz con un papel higiénico celeste áspero. «Estoy enfermo», me responde antes de preguntarle. “¿Estaba muy helada la cerveza?”, pregunto. Sonríe y no lo niega, cede el silencio. Vota el papel a la calle. . Pone primera y sus ojos vuelven a mirar esa avenida como si fuera un abismo a inminente caída.

Paga al mes 16 dólares por el SOAT. Descontado los 10 soles diarios para la empresa, el combustible diario, el mantenimiento del vehículo, el alquiler de la combi; al final le queda poco para el diario de su familia y para la otra. Por eso tanto problema con la tarifa. Su brazo izquierdo reposa en la puerta formando una uve y con la derecha coge el timón y se ve el tatuaje que él mismo lo calificó como «una sirena sensual» Su asiento es ovalado por las casi 14 horas sentado (de las 6 de la mañana hasta las 10 de la noche, de lunes a domingo) Pero para contrarrestar los problemas con los riñones hace ejercicios y sale a correr -la costumbre que hasta ahora la guarda por su breve paso en el Ejército.

Le pregunto al cobrador cuál es su nombre« Miguel, me responde Santiago, y su apodo es ‘Chancho’» Miguel es gordo, callado y achorado, No se avergüenza de su apodo. ‘Chancho’ es como su familia, pasan juntos todo el día juntos y se miran muy extraño. La combi cambia de carril, sin usar direccional. Pasa un carro con un señor de terno que primero le toca la bocina con odio y después, mientras lo adelanta, le aventa a la madre. Y otra vez un paradero ocasional. Cuando los carros se detienen y crean tumulto y no cesan los largos bocinazos y carajeadas, Chancho saca de su bolsillo un pito negro e imita a un policía. El tumulto desaparece y de nuevo la calle se abre.

Su centro de trabajo no es ajeno a la moda. De Radiomar pasa a Radio La Mega. Empieza una canción de perreo que acompaña a esta conversa que tiene ya decenas de cuadras recorridas. Combi sin música chévere (perreo) no es combi, reflexiona Santiago mientras empieza a bailar en su asiento y con sus ojos cristalinos recorre el triste contorno de la mujer policía que detiene el tránsito. En su tablero tapizado reposa un lápiz labial rojo que “no es de mi esposa”, me responde y un Trome del día manoseado. La misma semi-calata en la contraportada(Las malcriadas), los mismos colores llamativos; la misma información en policiales: todos los días muere alguien. La avenida se abre, de pronto la neblina se ve a lo lejos venir a San Miguel, como una cortina sucia.


«Todo los días la misma rutina», empieza a filosofar este conductor de combi, sin mirarme. Está cansado de tantos años en lo mismo. Le hubiese gustado estudiar. Su inocencia se acabó a los 18 años, cuando empezó a hacer combi(¿Quién no?), 10 años atrás. Pero empezó a darse cuenta qué es la vida cuando, con su familia, se vinieron de Huanta, Ayacucho, hasta Lima. Tiene responsabilidad, no necesariamente velar por sus pasajeros, sino por sus 2 hijos(Hugo y Alfredo) y por Maria, su esposa ante la ley- el Alcalde de Vitarte- y ante el copiloto -Dios es mi copiloto, dice un stiker-, pero no dice el nombre de la otra. Hincha el pecho y en sus tristes ojos se ve la ilusión a corto plazo, pero a la vez efímero. Sus dos hermanos trabajan en Suiza. Uno se casó con una alemana. Piensa en algo. Sus labios son tocados por su lengua seca como recordando algo. Santiago sueña con irse pronto con ellos. Está esperando la invitación, ya tiene el pasaporte. Un chofer menos en Lima.
«En esta chamba uno trabaja asustado», me sincera Santiago. ¿Por los choros?, le pregunto. «No, por los policías», me dice y no bromea. Doce veces ha coimeado. «Mejor es evitarse problema par dar menos al tombo», complementa. La ultima vez fue hace 3 meses cuando hizo lo mismo con migo: recoger a un pasajero en medio de la pista.

En la avenida la Marina empieza a encenderse las luces de los casinos. Las llantas bordean de cerca la acera y a la izquierda puedo verme cara a cara a otro conductor de combi a pesar de que van a más de 50 kilómetros por hora.
Santiago cruza las líneas férreas sin mirar a los costados. Cuadras arriba el espectáculo. El rió Rimac triste y oscuro. Algunos pirañitas camina entre las piedras. Corre un delincuente corriendo sin mirar atrás. Santiago recuerda cuando le robaron una combi. Sí. Toda la combi. El sustento de su familia. Su trabajo-hogar se lo quitaron cuatro ladrones amenazándolo con pistolas. Lo ultimo que recuerda es que estaba por los Pantanos de Chorrillos amarrado con su cobrador de entonces. Llorar hubiese sido bueno en ese momento.

Un trabalenguas mal vocalizado dice ‘Chancho’ de memoria que son los destinos. Invita a subir a otros incautos pasajeros. Medio cuerpo está en el aire llamándolos con su cartel de plástico. Y Santiago toca la bocina para llamar la atención de otros transeúntes. Ellos son odiados. Diariamente les insultan a sus madres. Pero ellos pueden ser la excepción. Ellos también tienen nombre, apellido y apodos; que tienen tanto o más problemas que cualquier peatón y por qué no, también, pueden tener crisis existenciales, depresiones. Que la vida no se escoge. Uno no se despierta un día siendo el cobrador de combi o el malo de la película. Simplemente sucede, pero se puede cambiar. La tarde se va. Migajas del poco sol que entra por las nubes alumbra la cabina del conductor. Miro hacia fuera: el vértigo horizontal. De pronto se escucha un «Cuidado, ah, perro maldito» Santiago frena de pronto. Todos nos vamos hacia delante, la inercia. Un perro blanco y chusco es salvado de morir en este día. Acomodarme de nuevo en el asiento y probar si la próxima vez funcionará de nuevo el cinturón de seguridad.

El micrófono que tiene enganchado en su polo azul eléctrico despintado lo hace enorgullecer। Nunca imaginó que le harían una entrevista, que alguien quisiera saber de su combi, de su vida o simplemente de él. Se siente halagado, pero no tanto para no cobrarme pasaje. «Me está haciendo famoso, ‘Chancho’», le dice a Miguel. El aeropuerto ocupa el campo visual a la izquierda. Santiago mira la pista, como viendo un punto imaginario que existe solo par él. Y se sincera. Se presento para ser chofer en el aeropuerto, pero le dicen que debe ser mayor de 30 años y en otros trabajos si vas muy mayor tampoco lo contratan, maldito dilema.


Recuerdo que antes las combis tenias nombres en el parabrisas y con dedicatorias en la parte trasera de su combi( “Dedicado al señor de Muruhuay”) La policía prohibió poner polarizados, solo a quince centímetros del parabrisas delantero. Ahí decía el nombre de su combi: Alfredo, nombre de su hijo menor. Ahora solo dos peluches en forma de resorte chocan el parabrisas cada vez que el carro dobla una esquina. Santiago sabe qué significa raiting y conoce más nombre de vedette y futbolistas que congresistas o ministros. Esquina baja, el mejor lugar para bajar. Le agradezco por sincerase con migo. Le doy la mano. Miguel se despide con su medio cuerpo al aire.

Esa combi que llevó mi nombre se va hacia esa larga avenida, como si fuera a un abismo, tal vez a ese abismo de la incomprensión que nosotros le dimos.
- Joven. No entiendo, por qué entrevistar a un chofer de combi, me dice un señor que bajó con migo. Lo noto distante y atorrante. «Por que se lo merece», me digo en mi mente. Volteo a ver como, en esta tarde de octubre que está por terminar, Santiago pone primera y Chancho guarda su cuerpo. A lo lejos se van, poco a poco, van desapareciendo. Solo veo un punto blanco con franjas rojas antes de no ver nada.
-No lo entendería-, le digo al señor y desaparezco. El hombre queda solo, cruza la pista y también desaparece.